En la primavera, nuestros sentidos, temperamento, expectativas, actitudes, ideas, etc., se agudizan, nos renovamos y fortalecemos, experimentamos la mayor alegría y deseos de vivir por siempre; en el verano, crecemos, equilibramos, valoramos, exponemos, nos manifestamos y compartimos; en el otoño, maduramos, nos tranquilizamos, analizamos, autocriticamos, pero no nos despojamos de nuestras viejas vestiduras y mucho menos las renovamos; pasamos al inclemente invierno en óptimas condiciones, pero también nos enfermamos, nos deprimimos y hasta renegamos, perdemos la esperanza de renacer con la nueva primavera que nunca más llegará, finalmente, nos redimimos, conformamos y aceptamos. |