jueves, 14 de junio de 2012

ENSEÑANDO LAS PRIMERAS LETRAS EN CHIAPAS

LA ENSEÑANZA DE PRIMERAS LETRAS EN CHIAPAS EN LOS ALBORES DE LA INDEPENDENCIA, EN UN CONTEXTO IBEROAMERICANO.

Morelos Torres Aguilar1
Universidad Autónoma de Chiapas, México
Grupo de Investigación HISULA
Recepción: 30/04/2010
Evaluación: 28/06/2010
Aceptación:21/07/2010
Artículo de Reflexión

RESUMEN
El artículo es resultado de una investigación sobre la enseñanza de las primeras letras en Chiapas, en las postrimerías de la colonia y durante la revolución de independencia. El trabajo contextualiza y examina el discurso educativo del régimen colonial, y lo compara con esfuerzos similares que tuvieron lugar tanto en España como en otros países de Iberoamérica. A partir de las fuentes consultadas, se concluye que fracasaron los esfuerzos realizados por la corona española en cuanto a la enseñanza de primeras letras dirigida a la población en general.

Palabras clave: Enseñanza, Primeras Letras, Chiapas, Régimen Colonial, Independencia.

1 Doctor en historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Obtuvo mención honorífica y la medalla Alfonso Caso de esta institución por sus estudios de doctorado. Es profesor en el Doctorado en Estudios Regionales de la Universidad Autónoma de Chiapas, y coordinador regional del Seminario Nacional de Música de la Nueva España y el México Independiente [MUSICAT, UNAM / CONACYT]. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de México.

5. La acción educativa desarrollada por la Corona en Chiapas a fines del Siglo XVIII y a comienzos del XIX.

Afines del siglo XVIII y a comienzos del XIX, la Corona española emprendió una afanosa empresa educativa en la Capitanía General de Guatemala, específicamente en la atrasada intendencia de Ciudad Real de Chiapas, orientada  a fundar establecimientos escolares para enseñar las primeras letras, en particular en los pueblos indios, y que se proponía beneficiar también a los habitantes de los barrios indígenas en la propia Ciudad Real.

En cumplimiento de la Instrucción, y con el deseo de aliviar la miseria de los habitantes del pueblo de Teopisca, el obispo Francisco Javier de Olivares y Benito estableció en la localidad, en 1781, una escuela de enseñanza de hilados y tejidos, con sendos telares, dirigida a las jóvenes alumnas que previamente habían aprendido el castellano en la Doctrina. Al parecer la iniciativa tuvo éxito, pues acudían hasta cuarenta niñas indígenas para aprender a tejer, hilar y coser bajo la asesoría de dos maestras ladinas (mestizas) y un maestro de telas de la tierra.51
La fundación de la escuela no pasó entonces desapercibida para el Rey, pues éste mediante Real Cédula felicitó y agradeció los esfuerzos fundacionales del obispo. Con base en la anterior, el prelado aseguró, en un Reglamento que contenía doce artículos,52 que el centro educativo quedaba bajo la protección de la propia Corona, y establecía la normatividad necesaria para la operación del establecimiento. Según los artículos, las labores de las alumnas consistían en “desmotar algodón, hilar, devanar, hurdir y demás”, bajo la dirección de la maestra respectiva. También asistirían hasta cuatro muchachos ladinos, a aprender a devanar, hurdir y tejer manta y nagua, bajo la dirección de un maestro. La Escuela recibió asimismo de la Corona un total de doscientos cinco pesos para la compra de materia prima, es decir algodones, y para el pago de los profesores. El obispo suponía que una vez que los alumnos hubieran adquirido cierta destreza, las utilidades por la venta de telas permitirían que la Escuela subsistiera con sus propios medios.
Siete años más tarde, en 1798, el obispo Fermín José Fuero dirigió una carta al Vicario General de la Orden de Predicadores, donde ponderaba “lo necesario que son en la República Cristiana las Escuelas de primeras letras”,53 explicando que en la propia Ciudad Real no habían sido abiertos estos centros educativos desde 1767, año de expatriación de los jesuitas, con excepción de uno que había en el Colegio Seminario, pero que resultaba insuficiente, pues si bien podían asistir a él los niños que vivían en el centro de la ciudad, no podían hacerlo los que habitaban en los barrios.54 Por este motivo, proponía crear una Escuela de Doctrina Cristiana en cada uno de los conventos de la población.

Fuero logró convencer e incluso entusiasmar con su idea a los provinciales de Santo Domingo, San Francisco y la Merced.55 La favorable acogida que tuvo la iniciativa entre las órdenes religiosas que laboraban en Ciudad Real llevó al obispo a publicar un Edicto en donde anunciaba la apertura de tres casas de enseñanza en los Conventos de Santo Domingo, San Francisco y la Merced, a partir del 2 de enero de 1799. El Edicto invita a los padres y madres “a que tengáis sumo cuidado de que vuestros hijos entren a disfrutar, sin pérdida de tiempo, el singular beneficio de una buena educación”.56

Para llevar a cabo su propósito, el obispo Fuero se dirigió a José Antonio Caballero, Ministro de Estado, y del Despacho de Gracia y Justicia, en una carta en la que solicitaba la protección especial del Estado, para asegurar de este modo la duración de las escuelas de primeras letras ya referidas, “que de otra suerte –escribe el Obispo- debía temerse que espirasen con mi muerte, o con mi ausencia”.57 Aunque el ilustre religioso falleció el 14 de junio de 1800, antes de morir recibió un manuscrito firmado por el propio Rey, en donde éste aprobaba el establecimiento de las escuelas públicas ya referidas, y en el cual incluso se felicitaban sus esfuerzos: Visto en mi Consejo de Indias… he resuelto… manifestaros la gratitud que me ha merecido este establecimiento… en consecuencia mando que en mi Real nombre se dé a entender a los tresmencionados Prelados, lo satisfecho que quedo por su celo; encargando el Presidente de Guatemala, y al Gobernador Intendente de esa provincia, estén a la mira de que los religiosos que se destinen para estos ministerios sean aptos y de arregladas costumbres… disponiendo que persuadan a los Padres de los niños a que los envíen a las Escuelas…58

6. La enseñanza de primeras letras Chiapas en los albores de la Independencia.
Durante la revolución de Independencia, a pesar de las vicisitudes y los enormes gastos a los que debía hacer frente la Corona española, el gobierno real siguió interesado en la fundación de escuelas de primeras letras. Cabe recordar que en 1813, en el marco de las Cortes de Cádiz, que habían sido convocadas por la Junta Suprema Central en España, se discutieron los temas de la educación y de los indígenas. En cuanto al primer punto, se decidió que todos los pueblos debían tener escuelas donde los niños aprendieran a “leer, escribir y contar”, y estudiaran el catecismo de la religión católica, el cual incluía una breve exposición de las obligaciones civiles.59  Respecto a los indígenas, los diputados coincidieron en que éstos eran americanos olvidados, y que las condiciones miserables en que habían vivido siempre debían ser mejoradas, dado que la Corona los había conservado en el atraso y la ignorancia.
Cuando en 1814 Fernando VII retomó las riendas del gobierno español y declaró “nulos y de ningún valor ni efecto” la Constitución de 1812 y los decretos emanados de las Cortes, siguió empleando empero a un buen número de pensadores que habían participado en ellas.60  De esta manera, el rey español mantuvo durante algunos años una visión más abierta y menos conservadora de lo que comúnmente se cree, influenciada por ejemplo, en el terreno educativo, por ideas de pensadores tan notables como Benito Jerónimo Feijoo. En este contexto se ubican los esfuerzos de la Corona por fundar escuelas de primeras letras, incluso durante los últimos años del régimen colonial. En 1817, por ejemplo, el Rey explica en un Decreto que el Cardenal Patriarca de las Indias ha pedido a la Santa Sede “que conceda a los Arzobispos, Obispos, y otros Prelados de sus reinos, que tienen jurisdicción sobre los monasterios de monjas, las facultades oportunas para que puedan establecer escuelas para niñas en todos los lugares y monasterios”.61

En opinión del Rey, la formación de “escuelas caritativas de primera educación” constituía el medio más adecuado para evitar que desde temprana edad, los niños se aficionaran a la vida “ociosa y vagamunda”, y para que, por el contrario, formaran parte de la clase de “súbditos trabajadores y útiles al Estado”. En cuanto a la propuesta, y debido a que el Real Erario se hallaba en dificultades, instruía a los Conventos de todas las órdenes religiosas a abrir los nuevos centros educativos, cuya obligación sería propagar “el conocimiento de la religión y la enmienda de las costumbres”.

La respuesta que da al obispo Samartín el Provincial de la Orden de Predicadores, Matías de Córdova, en 1817, respecto a la iniciativa del Rey, es entusiasta, aunque almismo tiempo no deja de ser realista. Explica, por ejemplo, que tanto en el Convento de Ciudad Real como en el de Comitán ya se hallan abiertas escuelas de Doctrina Cristiana y primeras letras; sin embargo, añade que en los Conventos de Chiapa y Tecpatán aquellas no han podido establecerse, “porque habiéndose arruinado los conventos, no hay pieza para que asistan los niños, y es menester aguardar a la reedificación de uno y otro convento, que se emprenderá luego que cesen las aguas.”62

Pese a las dificultades a las que hace mención Matías de Córdova, el Obispo Samartín trata de cumplir con la encomienda real. Por eso le pide al Provincial de la Orden de Predicadores que comunique la orden a los padres priores de los Conventos de su orden fundados en los pueblos de Comitán, Chiapa y Tecpatlán, y al de la propia Ciudad Real, “a efecto de que a la mayor posible brevedad, procedan a entablar las Escuelas de primera educación, donde se deberán instruir en la Doctrina Cristiana, en las buenas costumbres y en las primeras letras, principalmente a los hijos de los pobres, hasta la edad de diez o doce años.” 63 A su vez, Sor María de la Merced Domínguez, Abadesa del Convento de Monjas de Nuestra Señora de la Encarnación, pide al Obispo Samartín que, en acatamiento de la Real Cédula, dispense la clausura del establecimiento religioso, con el fin de que las niñas puedan entrar y salir de éste cuando concurran a instruirse.

“A pesar de que somos tan pocas –escribe-, pues todo el número de religiosas sólo llega a diez y seis, de las cuales están imposibilitadas algunas por su edad avanzada…queda todo dispuesto para que se dé principio a la escuela el día que V. S. Yltma. Lo disponga.” 64 El mismo entusiasmo conduce incluso al Obispado, en 1919, a la adquisición de una casa, que se ha destinar a la erección de una Escuela Pública de primera educación para niñas, cuyo profesor proviene de la capital de Guatemala.65

Sin embargo, en contraste con la iniciativa real y las buenas intenciones de los religiosos, la situación de los profesores por lo general debió ser angustiosa, como se puede ver en la comunicación que dirige a las autoridades en 1820 Francisco Paniagua, profesor de la Escuela de primeras letras de Ciudad Real, para pedir un aumento de salario. “Hace algunos años –escribe- que sirvo a la Escuela con el diminuto salario de diez pesos cada mes…teniendo que solicitar mi sustentación por distinto camino a causa de la escasa contribución… ni se puede de otra suerte servir siendo tan crecido el número de niños que asisten en estos tiempos, son más de ciento”.66

Es muy probable que la gran mayoría de los profesores asignados a las escuelas de primeras letras sufrieran la misma situación desesperada, consistente en bajos sueldos, numerosos alumnos y grandes trabajos.

7. El fracaso de la enseñanza de primeras letras en Chiapas en los albores de la Independencia.

En buena medida, los esfuerzos de la Iglesia de fundar y hacer funcionar escuelas de primeras letras en Chiapas en las postrimerías del régimen colonial fueron estériles. Durante los primeros años del México independiente, la crónica falta de recursos, el desorden de los municipios, la incapacidad de las autoridades para hacer cumplir las leyes, así como los acendrados usos y costumbres de los pobladores de la provincia, impidieron la realización del proyecto educativo de la Corona y de la Iglesia. En los “Informes de los párrocos del Estado al Gobierno del mismo, sobre la situación de los pueblos…”, dados en cumplimiento de una orden Circular de fecha 23 de junio de 1830, veintiún párrocos a cargo de otros tantos curatos, parroquias y vicarías de Chiapas expresan, generalmente con gran desaliento, las dificultades a que se han visto enfrentados para proporcionar instrucción a los niños y los jóvenes habitantes de los pueblos y villas en los que desarrollan su labor pastoral y educativa.67

Los ejes principales sobre los que se conduce la visión crítica de los religiosos en sus respectivos informes, son tres: la parálisis de los ayuntamientos y la imposibilidad de aplicar las leyes; los usos y costumbres –pero sobre todo los vicios- de los pobladores; y finalmente, el mal estado de la instrucción y la educación en los pueblos y ciudades de la provincia. Cabe destacar que uno de los factores más importantes para entender el considerable atraso de la sociedad chiapaneca en el siglo XIX, es el alcoholismo que hacía presa de buen número de habitantes de la provincia. El abuso en el consumo del aguardiente constituía un pesado lastre para la población.

Sobre el tema específico de la educación, los religiosos manifestaban en los Informes que hasta esa fecha, muchos indígenas sencillamente no entendían el castellano, y que apenas unos pocos de ellos asistían a la enseñanza de la doctrina cristiana; o bien, que los naturales carecían “de todo principio de enseñanza”, es decir, de toda instrucción. Los párrocos explicaban también que en la mayor parte de las poblaciones se carecía de escuela, sin que el ayuntamiento hubiera podido construirla, por carecer de fondos; y que los pocos habitantes que podían proporcionar instrucción, no lo hacían. El problema del analfabetismo era tan grave, que fray Eugenio de Córdova, cura de Zocoltenango, refiere en el documento, por ejemplo, que “en todo el pueblo no hay ocho individuos de catorce a diez y seis años que sepan leer”.

En general, el principal problema que exhiben los informes es la carencia de escuelas de primeras letras en los pueblos referidos. La única educación que se proporcionaba a los indígenas consistía en algunas lecciones de dogma y moral, a las que la inmensa mayoría de los niños y jóvenes no acudía. Y si a esto se suma la indiferencia con que los indígenas miraban la enseñanza, se tendrá una idea del desalentador estado en que se encontraba la educación de primeras letras en los albores de la independencia en Chiapas.

CONCLUSIONES

Como se puede ver mediante los ejemplos presentados, en el ámbito de la Nueva España o el de la Capitanía General de Guatemala, la enseñanza de primeras letras siguió un derrotero menos progresista que los casos observados en la península ibérica. Si bien fueron fundadas en las dos vastas colonias escuelas de primeras letras, como ya se ha visto, éstas no fueron instauradas por los escolapios -y por tanto no fue posible aprovechar en ellas toda la experiencia acumulada por éstos durante cerca de dos siglos, ni fueron producto de agrupaciones ilustradas como las Sociedades de Amigos del País.

Por otra parte, muchos de los problemas que impidieron el desarrollo cabal de las escuelas de primeras letras a lo largo de los dilatados dominios de la Corona eran los mismos, trascendían las regiones a finales del siglo XVIII y a principios del XIX. Tanto en Navarra como en Murcia, tanto en Almería como en Cataluña, tanto en Yucatán como en Chiapas, escaseaban los maestros, o si los había, posiblemente no tenían la preparación adecuada; no había suficientes escuelas para responder a las necesidades de la población estudiantil, y si las había, solían carecer de la infraestructura física adecuada para la impartición de clases; los salarios que recibían los docentes eran tan raquíticos, que obligaban a que éstos redondearan sus ingresos con el ejercicio de una segunda profesión u oficio; La enseñanza de primeras letras Rhela. Vol. 14. Año 2010, pp. 139 - 168 165  finalmente, a todo lo largo de los dominios de España el Estado no financiaba en forma adecuada el ramo educativo.

Tanto en España como en América, según los ejemplos mostrados, los alumnos de primeras letras solían faltar a clases debido a que trabajaban en las labores del campo, o bien por la negligencia de los padres, a quienes no les interesaba que los hijos se instruyeran, pues la población solía considerar que los conocimientos adquiridos en una escuela de este nivel no eran necesarios, o por lo menos, que no resultaban indispensables.

Ahora bien, la mayor diferencia entre las escuelas de primeras letras establecidas a una y otra orillas del Atlántico reside en un hecho fundamental.
En España, las escuelas enseñaban a los alumnos una lengua que ya conocían, pues estaba compuesta de las palabras que se pronunciaban en sus casas. En cambio, en provincias como Yucatán o precisamente Chiapas, donde la mayor parte de los alumnos eran indígenas, éstos no se identificaban con la lengua castellana, porque no era el lenguaje en que se comunicaban sus hermanos y sus padres. Sencillamente, no era el lenguaje que acostumbraban, siendo la costumbre uno de los factores más importantes para la existencia de los nativos.

Este factor representó en buena medida un problema insalvable. Los indígenas veían en el idioma castellano un instrumento extraño, ajeno, y muchas veces innecesario. Tampoco pensaban que su aprendizaje sirviera para mejorar su condición social. De este modo, las escuelas de primeras letras estaban condenadas de antemano al fracaso, por el desinterés de los futuros alumnos y la indiferencia o hasta la aversión de los padres de familia, incluso antes de que el maestro impartiera en ellas su primera clase.

Se puede aventurar para explicar este hecho una explicación de carácter histórico. Durante los dos primeros siglos de la colonia, en provincias como Chiapas, los religiosos habían concentrado sus esfuerzos en evangelizar a los naturales; para ello habían aprendido las lenguas nativas, y se habían servido de ellas con el fin de enseñar la doctrina en la propia lengua de los indígenas. De esta manera, cuando en el siglo XVIII la Corona decidió castellanizar a sus súbditos en Chiapas, el rezago que estos pueblos habían acumulado en el aprendizaje del idioma era palpable. Durante más de doscientos años, no se les había enseñado a los pueblos originarios el idioma de los españoles en forma sistemática; ahora era demasiado tarde para retomar la ardua tarea.

En suma, en los albores de la etapa independiente, la intendencia de Ciudad Real de Chiapas presentaba un panorama desalentador en el ámbito educativo. A Morelos Torres Aguilar Rhela. Vol. 14. Año 2010, pp. 139 - 168 166 diferencia de lo que ocurría en España, no había otra institución más que la Iglesia que llevara a cabo el propósito de castellanizar, siquiera en forma rudimentaria, a los pobladores. Y aunque la enseñanza de primeras letras en la entidad se podía equiparar a la de alguna zona rural de la península ibérica, la extrema pobreza de sus habitantes, y la ineficacia de las autoridades, difícilmente podía ser igualada.

En este contexto, el discurso educativo de los ilustrados no pudo penetrar, en la aislada provincia centroamericana, la dura coraza de la ignorancia, hecho que preservó la desigualdad, aún superada la larga etapa colonial.

FUENTES

ARCHIVO HISTÓRICO DIOCESANO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.
(AHDSCLC)
San Cristóbal de las Casas, Chiapas,México.
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REFERENCIAS

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martes, 12 de junio de 2012

¿QUE GOBERNANTES Y POLITICOS NECESITAMOS?

¿Qué gobernantes y políticos necesitamos?

La soberbia, el poder, la ambición, el protagonismo, la incomprensión y la inconciencia, son al parecer, los elementos que conforman la misión y visión de los que quieren “gobernar” a México; contrariamente a las necesidades del pueblo, que aunque resulte reiterativo mencionar, es la necesidad de vivir en paz y en órden, sin hambre e ignorancia, con libertad y justicia, así como, ser gobernados por políticos honestos, equilibrados, inteligentes, compasivos, respetuosos de los derechos inalienables de la sociedad y de todos los seres vivientes, conscientes de que la misión en su vida pública y biológica tienen un límite; tal como decía don Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) en su obra:

“La Vida es Sueño”

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Es evidente, que los políticos en su mayoría, fundamentan y sustentan sus triunfos en la debilidad y errores de los contrarios, pareciera que no cuentan con auténticos valores personales que los conduzcan al triunfo tan anhelado.

Autor: Abelardo Navarro Zúñiga.